lunes, 15 de marzo de 2010

Ciudadano Brossa

Para el ciudadano Brossa cada día es un poema; o mejor dicho: cada día es un poemario. Como es un individuo de vida ordenada, desgaja cada día la hojita que corresponde en el calendario y doblándola cuidadosamente, fabrica un soneto de papel que mueve las alas sobre su universo.

Después del desayuno el ciudadano Brossa empuña su lápiz de explorador y se adentra en ese mundo por descubrir llamado Abecedario. Recorre a paso lento las mesetas pobladas por manadas de sustantivos hasta llegar a las orillas de mares por los que transitan sin descanso los bancos de verbos. Desde allí dirige su catalejo a las nubes de conjunciones que atraviesan el cielo. Como es un individuo prudente y siempre procura sintetizar, cuando comienza a chispear adverbios acabados en “-mente”, regresa llegando a tiempo para el almuerzo.

El ciudadano Brossa siempre tiene en casa a mano un par de paréntesis para esos momentos de la sobremesa en que las letras de los libros celebran un baile justo antes de que a uno se le cierren los ojos, decepcionado porque ni las vocales ni las consonantes le sacan a la pista.

Por las tardes, el ciudadano Brossa va hasta la filmoteca dando un paseo. En caso de parada anormal, pulsar el botón de alarma y permanecer a la espera. Se cruza en el portal con un repartidor de supermercado ecuatoriano. Castañas y boniatos asados escrito con letra infantil. Una mujer con abrigo de pieles recoge la defecación que su perrito deja en la acera. En la tienda de reparación de calzado se traspasa el negocio. Como el ciudadano Brossa es un individuo con sentido de la proporción, se le ocurre que la palabra ciudadano es borrosa; o mejor dicho: está desenfocada.
El ciudadano Brossa entra en el cine.
Eso es todo.

EL CUADERNO OROPÉNDOLA