jueves, 19 de julio de 2012

CAPÍTULO 26 LOS VECINOS IMPARES. V Violeta y Ámbar

Ámbar atravesó de un salto el cuarto de estar desde el respaldo del sofá hasta la puerta de la calle cuando escuchó el rasguño de la llave de Violeta en la cerradura. Eran más de las dos de la madrugada y Violeta no entendía cómo el tiempo había trascurrido de una manera tan extraña. El avión retrasado, el largo trayecto desde el aeropuerto al tanatorio que había supuesto atravesar longitudinalmente la ciudad, semáforos, semáforos, algún que otro desvío equivocado... Después aguardar junto a aquel hombre alto, con el pelo extremadamente corto para disimular las entradas y la calva de la coronilla. Su apariencia era la de un inseguro profesor de secundaria. Al filo de las doce había empezado a llegar algunos parientes lejanos, desorientados. Uno por uno, hubo que aclararles que Violeta era la vecina, sólo la vecina. Cuando por fin alguien informó de que podían entrar en la sala, Violeta se quedó sola en el amplio corredor con grandes cristaleras que miraba a una de las carreteras de circunvalación de la ciudad. Pasados unos minutos, Alejandro salió de la sala, pálido, sin lágrimas pero pálido. Varios de los parientes lejanos le animó para que aprovechara para ir a la cafetería y comiera algo antes de que empezaran a llegar más parientes, los compañeros de la banda de su padre y el hermano mayor, todavía de camino. Alejandro buscó con la mirada a Violeta que permanecía algo más alejada pero aún atenta. Juntos y en silencio avanzaron por el amplio pasillo hacia el punto donde los ascensores conducían a la cafetería del recinto. En la cafetería comentaron lo incómodo que había sido moverse por el aeropuerto Charles de Gaulle debido a las obras, que ya iban para año y pico, hablaron de lo bien que estaba aquel tanatorio con la certeza de que, ni el uno ni el otro, conocían ningún otro. Así, un minuto tras otro fue pasando hasta que cuando se iba completar una hora, alguien algo mayor que el propio Alejandro, alguien más bajo pero con el mismo aspecto de docente, entró por la puerta de la cafetería. También traía la cara algo mas desencajada que la de Alejandro y le acompañaba quien Violeta figuró que eran su mujer y su hija. Pero si hubo algo que extrañó a Violeta aquella noche fue regresar a casa de noche, sola. En el perchero de la entrada ninguna chaqueta ni debajo ni encima de la suya. Ninguna otra mano que encendiera la luz de la sala de estar antes que la suya propia.

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