sábado, 28 de julio de 2012

CAPÍTULO 28 LOS VECINOS IMPARES. IX Los colores de Leo

Aunque ya había terminado el partido, la televisión seguía emitiendo la charlatanería de los comentaristas deportivos mientras se reproducían los goles y jugadas más destacadas. Buena parte de los parroquianos ya se habían retirado y Leo recogía de la barra los platos vacíos y rebañados: el pollo al vino había sido muy bien despachado como tapa durante todo el día. Ya en el aperitivo algunos habían tomado una ronda de más por repetir. En cuanto a la tarta de melocotones, la señora Clara había tenido la picardía de colocarla en la vitrina justo antes de que las vecinas salieran de la misa que se decía por Manolo, el frutero, del que hacía un año de su muerte. Muchas de las señoras que salían ateridas de frío de la iglesia de Santa Irene, cruzaban la calle para premiarse tras el deber social cumplido tomando un descafeinado de sobre con leche caliente y, ya se sabe, siempre hay una golosa y varias antojadizas, así que apenas quedaron un par de porciones que se venderían al día siguiente en el desayuno con toda seguridad. Leo observó que las cámaras de los refrescos estaban algo más vacías que de costumbre, así que se afanó en rellenarlas a la mayor velocidad posible con el objetivo de poder tener todo recogido y listo para poder meterse en la cocina no más tarde de media noche. Seguía dándole vueltas a la misma cuestión: ¿cuál sería la comida favorita de Clementina? Creyó que la crema de langostinos con su color entre salmón y coral habría sido de su gusto, pero después sospechó que igual era más acertado algo más intenso y brillante y que el pollo al vino con su salsa entre el granate y el marrón tibio podría ser mucho más acertado. Una vez visto el resultado se dio cuenta de que, probablemente, las dos opciones anteriores eran como dos caminos demasiado largos que ni siquiera le dejaban cerca de su destino. Así que hojeó los libros de cocina de principio a fin hasta dar con la tarta con su cobertura naranja y brillante de melocotones barnizados con mermelada. Ahora, que llevaba todo el día dándole vueltas, empezaba a pensar que había sido un poco ingenuo al considerar que en la repostería estaba la respuesta: no era ése el tipo de dulzura que ella transmitía.

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